Una ráfaga de viento



Consideración preliminar.- 


He tenido la magnífica oportunidad de reunirme después de mucho tiempo, con varias de mis compañeras de la etapa del colegio. Debo aclarar que mis padres no eran muy afines a cambios y saltos en mi educación (a lo mejor la época se prestaba para ello) por lo que solo conocí una  institución educativa para las  etapas de mi formación en preescolar, primaria y bachillerato. El colegio era manejado por religiosas que nos abrigaban en la fé católica. Esta circunstancia me permitió compartir con algunas chicas desde mi más tierna infancia hasta graduarme de bachiller y en esos límites también conocí a muchas otras que se agregaron en algunos de los niveles de formación allí comprendidos o que por otros motivos no culminaron en el colegio y que a pesar de ello albergaron recuerdos y añoranzas mientras coincidimos en ese espacio educativo.

¿Por qué hago esta consideración previa? Porque la lectura que motiva esta reflexión tiene como base una de estas reuniones con algunas de mis ex compañeras de colegio. Dadas las circunstancias que nos envuelven al vivir en estos momentos en Venezuela, dentro de nuestros recuerdos y remembranzas de una época ingenua y que era toda promesa, nunca estuvo como un hecho cierto emigrar, más bien, era todo lo contrario, nuestro país era visto como un sitio de refugio ante la barbarie de la guerra en Europa (Primera y Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil Española) y a estos eventos también se agregó la proliferación de dictaduras impuestas por gobiernos de corte militar en América Latina. Me refiero a una época del siglo XX, segunda mitad para ser más específicos, donde mis compañeras y esta que escribe, comenzábamos a comienzos de la década de los ochenta, nuestro periplo universitario fuera de las alas protectoras de un colegio sembrado en la fé y en un directo sistema de creencias.

Salvo contadas excepciones la mayoría de nosotras culminamos nuestros estudios universitarios en el país, en instituciones de educación superior públicas o privadas, en un momento de tiempo que ya avizoraba conflictos serios en todo orden, de hecho, en mi caso particular conviví con suspensión de actividades académicas y administrativas en la universidad, por un periodo equivalente a casi año y medio, debido a las ya consabidas divergencias entre el sector universitario y el gobierno, a pesar de ello, nada me hacía cambiar la perspectiva cierta dentro del horizonte de mi futuro proyecto de vida, que efectivamente retribuiría todo el esfuerzo empleado durante mi proceso formativo, en mi país, con mi gente. 

Esto de los sueños de juventud vistos con la mirada desde la distancia del tiempo, esa época que disfrutamos en Venezuela durante nuestros años mozos en cada una de nuestras circunstancias de vida,    ha sido tema persistente en las conversaciones con las compañeras de colegio con las que he coincidido en los últimos años. ¿Irse o no irse? He allí el dilema y solo pretendo darle inicio a este ejercicio reflexivo con la propuesta acertadísima, a mi manera de ver las cosas, que nos expuso mi querida amiga Licia Salvatore en nuestra última reunión del fin de semana pasado. Allí entregó en mis manos  el libro de Fernando Martínez Móttola “La mala racha” lo había adquirido recientemente en Caracas y motivada por la sinopsis de la novela se planteó una estrategia,   que cada una de nosotras, las allí presentes o también  las ausentes (contamos con una conexión grupal en WhatsApp) en principio y una vez finalizada la lectura, entreguemos el libro a la siguiente interesada en el tema, de tal manera que cuando Licia regrese,  ya que parte para Italia el mes que viene para representar a Venezuela en la Bienal de Florencia, organicemos un nuevo encuentro donde ella debería recibir el libro de vuelta, por supuesto ya leído por las que a bien tuvieron disposición. 

¿Una casualidad? Licia es escultora tal como lo es la esposa del protagonista de la novela.

Inicio…


Existe un argumento que me perturba tanto como a Matías, el protagonista de esta historia...¿en qué momento, bajo qué circunstancia pudo incubarse tanto odio y resentimiento? ¿cómo pudo pasar que tanta mala sangre se apoderara de la esencia del venezolano y que no hubiese un activo humano sólido que pudiera repeler esta invasión de tan mal sentir? Porque tal como señala Brodsky en su escrito sobre la tiranía, un proyecto totalitario que se mantenga en el poder por más de un decenio y medio ya es una monstruosidad.

Sigo reflexionando en ello...

¿Qué es una racha?


Soy ingeniero y dentro de mi forma de pensamiento apelo a lo sistemático y procedimental en muchos casos, tal como lo exponía el protagonista cuando se encontraba en medio de un embrollo ético y judicial, entonces la pregunta anterior no tiene otra intención más que establecer coordenadas que ubiquen estas reflexiones dentro de lo que movió internamente a mi ser lector.

Una racha de acuerdo al diccionario consultado presenta dos acepciones, una es “ráfaga de viento”, aunque la más conocida se refiere a la “afluencia de muchas cosas de la misma clase, que se dan de manera repentina y en un periodo breve de tiempo”. Incluso en el campo estadístico, este término tiene un tratamiento muy especial cuando se están manejando datos de manera aleatoria para analizarlos e interpretarlos a través de artilugios matemáticos. ¿Cómo se circunscribe entonces la definición anterior dentro de la propuesta de Martínez Móttola? Veamos…

1) “afluencia de muchas cosas de la misma clase” 


Analizo la expresión anterior dentro de todos y cada uno de los capítulos leídos y concluyo que individualmente la interrogante que define a éstos, procura una reflexión dentro del campo de cosas de la misma clase. Porque la realidad que nos acongoja en estos momentos no es de la misma clase, es una realidad compleja y si se me permite el término académico, como tal amerita interdisciplinariedad y transversalidad en su interpretación. He allí donde la formación que tuve como ingeniero no me ofreció esa perspectiva y tal como lo expresa el protagonista durante esos años de juventud estudiantil por decirlo de alguna manera, muy poco tuve que ver con el análisis político del país. Craso error…

Si pudiera ofrecer ejemplos de esas "muchas cosas de la misma clase", sin caer en lo que denomina el anglicismo como un “spoiler”, es decir delatar con antelación las pretensiones de la lectura, puedo identificar el episodio que describe toda la angustia que significa estar en manos del hampa; otro podría ser el relacionado a la evaluación de cómo las políticas económicas impuestas afectan un negocio personal y familiar que se ha mantenido por muchos años, que significó el sustento y bienestar en su momento de toda una familia, pero que se mueve en una total incertidumbre de mercado, creando así desasosiego e impotencia para los protagonistas, ante la toma de una decisión que pudiera ser el cierre forzado de un ciclo de vida que se valora enormemente. En este orden de ideas también está la soledad del hombre que se resiste a abandonar su espacio geográfico, sus afectos, su ecosistema, sacrificando la convivencia familiar disfrutada por tanto tiempo, expuesto  a sus debilidades carnales en una etapa de su vida que le emociona, ante el halago de un ser femenino más joven y que ofrece revitalizar sentires algo apaciguados. 

Así también está el encuentro y relación profesional posterior con el amigo de otra época, todo el dilema ético, moral que allí se trama. La ganancia fácil, el riesgo, el ser interno que se resiste en sus convicciones y principios, la corrupción, la excelencia y las buenas prácticas de negocio rendidas a la mediocridad y al más burdo clientelismo político en un ambiente enrarecido que atemoriza y amenaza judicialmente.

2) “de manera repentina y en un periodo breve de tiempo”


Lo repentino me cuesta aquí interpretarlo. Lo que nos pasa no fue trabajo de un día, fue acumulación de errores de manera persistente y consistente en el campo de las normas de convivencia de la nación. Me atrevería a decir incluso que esto se remonta a nuestra historia de nación republicana, cuando Bolívar es exaltado a los altares sin mayores análisis críticos y éste dentro de su genialidad de mando y dirección para acometer la gesta independentista, no pudo sentar las bases para que la ambición desmedida de poder y la transición progresiva de un modelo colonial a uno republicano pudiera llevarse a cabo sin los efectos traumáticos que ha padecido nuestra historia política, plagado de caudillos mesiánicos que valiéndose de las armas y el ímpetu de poder que les anima, desafiaban constantemente el status quo reinante. No por nada puede leerse en un ensayo que considero uno de los tantos de lectura obligatoria por estos días, es el de la escritora venezolana Ana Teresa Torres “La herencia de la tribu”, cuando señala y cito textual: (las mayúsculas son de la autora)

“PARA MEJOR COMPRENDER LA TRADICIÓN heroica-guerrero-militar-caudillista que se impuso en Venezuela al constituirse como República independiente de la Gran Colombia, es indispensable adelantar un breve cuadro de lo que fue el destino del poder desde 1830 hasta 1958, cuando comienza la democracia representativa. Primero, unas cifras elocuentes: en ciento veintiocho años de historia, solamente diez estuvo la Presidencia en manos de civiles. Los generales José Antonio Páez y Antonio Guzmán Blanco tuvieron tres mandatos cada uno. Los generales Carlos Soublette y Joaquín Crespo, dos cada uno; la dinastía de los Monagas, cuatro.”

La digresión histórica que acabo de proponer no tiene otra finalidad más que destacar lo que afirmo más arriba, cuando señalo que nuestra realidad política actual se ha venido cocinando desde la improvisación y el desacato, en una suerte de provisionalidad enmarcada en aquello que otro escritor venezolano, Adriano González León, calificaba de “país portátil”. También sobre el particular, el historiador ya fallecido, Manuel Caballero, denominaba esta influencia del hombre uniformado en nuestro paradigma republicano como la “peste militar”, una peste que se introduce en los hilos del poder afeando con su naturaleza de mando impositor las posibilidades civiles. Es así que ese espacio de tiempo entre 1958 y 1998, la continuación de la alternativa civil nuevamente es suspendida, y a conciencia de la voluntad general, asciende al poder un militar golpista, que embelesó a muchos, los suficientes para que valiéndose del estamento democrático pudiera ganar unas elecciones presidenciales, diseminar su discurso de guerra desde el mismo momento de su toma de posesión y aprisionar el poder en sus manos para no soltarlo más nunca, hasta que su propia naturaleza mortal se lo impusiera. 

Este teniente coronel prometía reivindicaciones revanchistas, a través de un lenguaje que me ocasionaba sentimientos encontrados al escucharlo y leerlo dentro del mensaje que un presidente de la nación debe dirigir a todos sus gobernados. Lo que refleja la novela acerca de cómo, por ejemplo, fueron despedidos los principales directivos de la petrolera venezolana, con pito en mano y en una arenga propia de un patio de vecinos, me ocasionó una profunda aprensión, porque fui testigo de ese episodio en mi casa, en mi habitación, junto a mi esposo, sorprendidos por tanta irracionalidad. Es así que el país cae nuevamente en esa idea nefasta de la mano fuerte, irreflexiva, que en una suerte de padre riguroso e inflexible, afronta la continuidad del estado benefactor desde la perspectiva “mando y obedeces” y para colmo de males, contaminada con una ideología marxistoide precariamente sustentada, donde esa masa informe llamada pueblo ha sido y es instrumento de manipulación permanente ya sea a través de dádivas o de retóricas huecas. Involución…

¿Irse o quedarse?


La novela muy acertadamente no ofrece fórmulas mágicas para resolver este dilema, cada quién con la lectura correspondiente podrá analizar sus posibilidades y alternativas. Rechazo de plano los juicios de valor sobre este tópico tan álgido, porque es tan digno el que desee explorar otros escenarios en el exterior, como aquél que a conciencia de la situación que le rodea, apuesta por su territorio. No hay héroes ni cobardes, solo existen seres humanos que persiguen un objetivo claro…sentirse bien con lo que son, con su esencia, con sus convicciones. No me alejo ni quiero parecer indiferente ante la situación que nos apremia en Venezuela, de hecho vivo aquí, sufro como profesora universitaria la frustración de las nuevas generaciones e igualmente y hasta los momentos también tengo a mis hijos aquí, pero debo reconocer que ya uno de ellos está evaluando seriamente desplegar alas fuera de estas fronteras y solo puedo escucharle cuando esgrime sus argumentos y asentir o conciliar cuando me habla de su proyecto de vida. Le tocó una realidad totalmente distinta a la que mis compañeras de colegio y yo vivimos a su edad en este país. Impotencia…

¿Puede haber conclusiones sobre un tema tan complejo como éste?


No lo creo. La realidad, precisamente desde esa complejidad, obliga a no dar nada por sentado. Es importante el análisis reflexivo, leer mucho, apropiarse de ideas que nos muevan internamente hacia la tolerancia, hacia la reconstrucción nacional, hacia el diálogo. Convertirnos en tejedores de una nueva urdimbre social que no denigre del individuo a favor de masas abstractas, todo lo contrario, que sea un tejido de nuevas y mejores oportunidades en todos los ámbitos, sin privilegios de un color político o económico. 

En la novela me gustaría destacar algunos detalles que llamaron mi atención, que me obligaron a repasar muchas de las inquietudes que me han asaltado desde hace mucho tiempo, por ejemplo, la profecía del tío Fabricio cuando pontifica que el país “se fue a la mierda” ya finalizando la época de los derrochadores setenta, los padres de la esposa del protagonista y sus aires de superioridad, el mundo opulento, hasta ligero, de algunos integrantes de la historia, ajeno a la profunda descomposición social que les rodeaba; la humildad, sencillez y gallardía de un español, el padre del protagonista, aferrándose a su circunstancia, resaltando el apego a la tierra adoptada. Jacinto, otro amigo del pasado, activista político, convencido en su papel de agente de cambio.

Por último y ya para finalizar quiero compartir un mea culpa, porque compartí tal como el protagonista, una desconexión total con el tema político de Venezuela desde mi etapa de estudiante. Mi formación como futuro ingeniero de la república destacaba en los contenidos técnicos y no en los humanísticos, se hablaba de rentabilidad, el utilitarismo del conocimiento para el progreso de la nación ¿a costa de qué? De un número importante de analfabetas funcionales en temas relacionados con la convivencia ciudadana, con la capacidad reflexiva desde el ser, en la interpretación adecuada de la “esquizofrénica desigualdad social” que siempre nos ha caracterizado, tal como lo expone esclarecedoramente Francisco Suniaga en su novela “La otra isla”.

A esta mal llamada revolución, debo agradecerle que me haya despertado como ciudadano, que me haya abierto los ojos en relación a lo que hemos sido como país, a comprender situaciones que antes valoraba desde una perspectiva reduccionista, casi matemática, alejada del sentir, de la sensibilidad, de la emoción misma que significa vivir.

He tenido que leer muchísimo, he tenido que asumir culpas, he tenido que aceptar situaciones, no desde la resignación sino más bien como un impulso para mejorar continuamente, reconociendo mis propias limitaciones. No es fácil y todavía estoy en construcción y eso será hasta que me despida de este mundo, porque el aprendizaje cuando se asume como tal implica un reto perpetuo y constante.

Ya hace dos párrafos expresé que finalizo y sigo escribiendo, reconozco que en eso a veces soy incorregible, pero sí me gustaría cerrar este escrito con algunas ideas de la Prof. Martha Nussbaum expuestas en su libro “Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades”:

“La palabra “alma” tiene connotaciones religiosas para muchas personas, y no pretendo aquí destacarlas ni rechazarlas. Cada uno podrá atenderlas o ignorarlas según lo elija. No obstante, lo que me propongo destacar es qué significa esa palabra para Alcott y Tagore: me refiero a las facultades del pensamiento y la imaginación, que nos hacen humanos y que fundan nuestras relaciones como relaciones humanas complejas en lugar de meros vínculos de manipulación y utilización. Cuando nos encontramos en una sociedad, si no hemos aprendido a concebir nuestra persona y la de los otros de ese modo, imaginando mutuamente las facultades internas del pensamiento y la emoción, la democracia estará destinada al fracaso, pues ésta se basa en el respeto y el interés por el otro, que a su vez se fundan en la capacidad de ver a los demás como seres humanos, no como meros objetos.

…Nos referimos a la capacidad de desarrollar un pensamiento crítico; la capacidad de trascender las lealtades nacionales y de afrontar los problemas internacionales como “ciudadanos del mundo”; y por último, la capacidad de imaginar con compasión las dificultades del prójimo.

…Ninguna democracia puede ser estable si no cuenta con el apoyo de ciudadanos educados para ese fin.
A mi juicio, cultivar la capacidad de reflexión y pensamiento crítico es fundamental para mantener a la democracia con vida y en estado de alerta…"

Me gustó mucho dentro de la novela  las alusiones hecha por el autor a las sonatas de Beethoven, a Diego “El Cigala” y a Héctor Lavoe. Me parece que estas referencias crearon un escenario sensible para darle fuerza al argumento donde fueron ubicadas.

Licia...muchas gracias

Comentarios

  1. Excelente análisis Sol. Me dejas curiosa con el libro.

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    1. Gracias por pasar y comentar, aunque tu nombre es desconocido, el sol me dice que eres muy cercana.

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