Puentes como liebres


Así se llama un cuento hermoso de Mario Benedetti, incluido en un libro publicado por la Editorial Alfaguara que compila algunas historias narradas por este notable poeta uruguayo y que en principio tienen como destinatario a lectores jóvenes. ¿Cómo podría interpretarse la juventud acá? Bueno realmente no es la intención de este post disertar sobre este asunto en particular, pero sí quiero destacar esa historia como excusa para esta reflexión.

El libro en cuestión lo disfruté el día previo  a la Navidad, en un escenario tranquilo, inspirador, porque ciertamente fue una delicia repasar cada historia propuesta bajo estas circunstancias, con los ojos atentos a imágenes mentales que seducían desde la simpleza y la cotidianidad. El lenguaje empleado por el escritor en las tramas desarrolladas, desde su transparencia y claridad hacían honor a la ingenuidad  …a la inocencia.

¿Por qué la inocencia?

Todos los 28 de diciembre se le hace honor a los Santos Inocentes como referencia a esa historia trágica, narrada por la Biblia, donde un inescrupuloso rey llamado Herodes el Grande, ordena asesinar a todo niño menor de dos años para de esta forma conjurar la existencia del anunciado Mesías como futuro Rey de Israel  …¿y entonces? Bueno, que el prólogo de este libro de cuentos realizado por el también escritor Gonzalo Garcés aunque de nacionalidad argentina, trata precisamente sobre “acabar con la inocencia”. En este momento, quiero traer como referencia al muy bien ponderado pensador y escritor chileno Fernando Mirés, cuando en uno de sus recientes artículos reflexiona acerca del prólogo como un epílogo. Se prologa una obra  cuando se tiene conocimiento amplio de su contenido, es verdad, se ubica al principio, sin embargo su esencia proviene de una acción terminal. Pienso que este aparte puede semejar a esa puerta que se abre por parte de un solícito anfitrión, que abre sus brazos señalando a un gran salón antes de un estupendo convite.

Infiero que Garcés luego de leída la selección de historias concluyó que como elemento común, calzaba muy bien esto de la pérdida de la inocencia como un “vínculo secreto” y de hecho ejemplifica con situaciones muy particulares las vicisitudes de algunos personajes dentro del libro y como el desenlace les llevó inevitablemente a renunciar a una actitud inocente ante una realidad que no se compadecía de lo que se había idealizado o al menos imaginado. Es posible que lo anterior pudiera relacionarse con historias infantiles, tomando a la niñez como el símbolo por excelencia del candor y la simpleza, pues no, la mayoría de los protagonistas son adultos, hombres y mujeres envueltos en circunstancias de adultos pero con la latencia de la ingenuidad al asumir ciertas premisas del entorno.

Ahora  …¿por qué todo esto? ¿qué son “puentes como liebres? ¿por qué acabar con la inocencia?

Puentes como liebres es una historia ¿de amor? Sí, es una historia de sentires y emociones entre un hombre y una mujer que se conocen en la adolescencia, para posteriormente reconocerse en la madurez. El tiempo prolongado entre ambos extremos de la existencia de los personajes, es vivido como una serendipia,  encuentros fortuitos sumergidos en una actitud expectante que embriaga al lector ante el desarrollo de los acontecimientos que no terminan de materializarse. Ahora ¿qué es lo que no termina de consolidarse en este cuento? El lector piensa, o al menos así lo hice, que es una de esas historias azarosas donde las circunstancias conspiran en contra de la sincronía de los cuerpos que se aman, porque Benedetti mantiene dentro de la trama ese aire precisamente de espera ante el desenlace que tendrán los protagonistas. A pesar de la espera quedé prendada de estos párrafos … 

Ella apaga la luz, pero a veces algún foco atraviesa las estrías de la persiana y nuestros cuerpos aparecen, pero con barrotes de sombra, casi como dos cebras, esos pobres animales que jamás están desnudos. Nosotros sí. Nunca habíamos tenido nuestras desnudeces. Es un descubrimiento. Los besos del goce, las lenguas del apremio, los vellos contiguos por fin se reconocen, se piden, se inquieren, se responden.

Es incómodo hacer el amor en un ferrocarril, pero mucho más incómodo es no hacerlo. El jadeo del tren se funde con el nuestro, es un compás como el de un barco. Fuera el viento golpea como hace tantos años golpeaba el rio como mar, y en realidad es mi adolescencia la que penetra alborozada en los quince años de mi único amor.” 

Garcés refiere que es precisamente en la etapa de la adolescencia cuando existe un apuro obsesivo por perder la inocencia, que esa característica puede convertirse en un pesado fardo  que puede llegar a detestarse aunque en lo más interno de nuestro ser y a medida que envejecemos deseamos mantener esa ingenuidad que caracteriza a esta etapa de la vida  … “Los viejos pueden idealizar la inocencia; los jóvenes saben que es urgente escapar de ella …Mientras otros nos daban lecciones, Benedetti luchaba con nosotros para perder lo que debía perderse, para ver lo que más daba miedo ver”

Esa lucha debemos darla en el próximo periodo de doce meses que se avecina, porque es necesario ver con total claridad todo eso que da miedo ver,  porque es necesario que las ganas de saber sean muy fuertes aunque eso signifique que la pasemos mal. Para Garcés, “mirar de frente lo que no se debe, lo prohibido, lo que puede hacer daño, es uno de los actos más valientes de que es capaz un hombre o una mujer. Y que los valientes no tienen nada que lamentar.” 

Así pues, en los días previos a este 2014 me apoyé en un Rafael Cadenas que me invitaba a ser “vividora”, la que sabe estar. Me parece que realizando una mirada retrospectiva a estos doce meses transcurridos y analizando todo lo aprendido, intenté siempre hacerlo de esa forma, reconociendo mis coordenadas existenciales. Es oportuno igualmente aceptar que en algunas situaciones la brújula se me extravió por momentos y rompí algunos vidrios, a pesar de ello, logré recoger los pedazos de la fractura y continué el camino.

En el 2015 quiero seguir siendo una vividora, no pretendo ceder en ello, aunque también quiero ver lo que da miedo ver, reconocerlo, enfrentarlo y aprender desde esa temeridad. Para Benedetti, “no ver” es ser demasiado inocente, situación que puede constituirse en un peligro inminente  que limita nuestras posibilidades para manejar un entorno que puede ser atroz y miserable.

Felicidades en el 2015 para todos lo que puedan pasar por acá y leerme…

Iremos, yo, tus ojos y yo, mientras descansas,
bajo los tersos párpados vacíos,
a cazar puentes, puentes como liebres,
por los campos del tiempo que vivimos.
Pedro Salinas


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