Llegar al fondo...

Imagen: Anónimo


Dadas las circunstancias actuales del país, no entiendo muy bien que es llegar al fondo como he escuchado de manera reiterada desde hace algunos años en la voz de gente que me rodea e incluso de algunos agentes políticos.  Desde que se instauró en Venezuela este proceso político denominado chavismo,  llegar al fondo es una escena inacabable para los ciudadanos de este país,  porque cada vez que recibimos un nuevo manotazo en la cara por parte del gobierno autocrático que se regodea en el poder con todos los operadores institucionales a su servicio, esa llegada  en cada oportunidad de la bofetada, pareciera que no es definitiva,  existen gradientes, niveles de indignación temporales que van aumentando en intensidad según el agravio que va sucediéndose de manera continuada. 

Nuestra situación es precaria, marginal, desesperanzadora, un grupo de funcionarios al servicio de la maldad y con una enorme humanidad vacía a la cabeza, han venido tirando por la borda el bienestar y el porvenir de todos los venezolanos de bien que a pesar de todo y de los momentos aciagos que nos imponen, permanecemos en esta tierra prodigiosa, unos en afán de resistencia, otros porque no les queda otra alternativa. Independientemente de la situación personal,  el arraigo a esta tierra no es variable a desestimar y muchos de los que apuestan y se mantienen, han venido erigiendo una especie de coraza imaginaria, que como manto de neopreno, detiene y desliza las gotas de  amargura que día tras día han venido caracterizando estos últimos meses en el país. 

Trabajo con jóvenes universitarios y cada día, en cada entrada al salón de clases para construir conocimiento, el desafío es permanente, porque aunado a la falta de condiciones básicas propicias para desarrollar la experiencia de enseñanza-aprendizaje en toda la dimensión que una experiencia como esta exige, está mi lucha interna para administrar la angustia y la ansiedad de la expresión que puede leerse en algunos rostros ante lo oscuro del porvenir si no apelan a la huida forzada de este territorio. Está claro que los grandes retos necesitan de templanza y un rigor disciplinario en el alcance de las metas propuestas, sin embargo ya  es una ópera bufa todo el tinglado de políticas de convivencia que imponen los funcionarios que ahora ostentan el poder. Por otro lado, algunos de estos estudiantes asumen el reto con la premisa aquella de los momentos de crisis y la génesis inherente de oportunidades, ahora es razonable reconocer igualmente que esta es una crisis política que distorsiona completamente el juego limpio que debe proponer cualquier iniciativa de emprendimiento personal ¿razones? el comercio informal, la delincuencia organizada propuesta por colectivos de choque financiados por el gobierno, así como un entorno económico caracterizado por una estanflación profunda hace mella en las aspiraciones de muchos. 

El sociólogo venezolano Ramón Piñango señalaba en una conocida red social, hace algunos días atrás, que un cóctel de fanatismo, ignorancia y corrupción como el que padecemos actualmente en Venezuela, crean inmensas desigualdades y es en esa desigualdad donde caben todas las injusticias posibles. Sobre este mismo tema, el premio Nobel de Economía en 2001 Joseph Stiglitz en su libro El precio de la desigualdad desde el mismo prólogo de la obra señala con ejemplos contundentes que la implementación de políticas económicas erróneas conducen en la mayoría de los casos a un aumento de la desigualdad y a un menor crecimiento del país que es sujeto al padecimiento de esas medidas equivocadas. ¿Qué hay en Venezuela?

En primer lugar un apartheid político y en segundo lugar un fanatismo sin parangón en la historia contemporánea del país, donde el que piensa distinto es poco menos que un paria que no merece estar en Venezuela, por lo tanto debe pagar con su dignidad pisoteada o en el peor de los casos con su integridad física, semejante atrevimiento. Esta última realidad me trae a la memoria la vida y obra  de la poetisa rusa Marina Tsvietáieva  quien se sintió abrumada al vivir tan de cerca todas las implicaciones de la revolución rusa que proscribió la monarquía del Zar.  Para Marina era asombroso constatar el clima de ira y el resentimiento que demostraba  la gente común ante la burguesía y la aristocracia de la época, una expresión en uno de sus diarios es lapidaria ante la dimensión de un proceso político como lo fue el movimiento bolchevique  Cuando para ti es fácil no ves que para el otro es difícil  y es así lamentablemente, lo vivimos a diario, lo padecemos constantemente en este país. No hay empatía, la intensa cotidianidad de estos días te empuja a una desconexión peligrosa de la realidad abrumadora del otro que está a tu lado. No hay chance para reflexionar, no hay espacio para la comprensión, no hay tiempo para detenerse en simpatías que pueden provocar situaciones comprometedoras que no pueden asumirse abiertamente, porque se pone en peligro la propia estabilidad. Terrible…cierto.

Marina Tsvietáieva a los 33 años

Valga la digresión con  Tsvietáieva porque su vida fue un rosario de situaciones adversas a partir de los 25 años, cuando su origen y la vida que demostraba a edades tempranas presagiaban un futuro de bienestar y comodidad. Ese proceso político llamado La Revolución Rusa marcó la vida de los habitantes de esa nación, en un encadenamiento de sucesos trágicos que en su esencia eran justificados por sus protagonistas en la medida que los ¿nobles ideales? de sus actos solo pretendían eliminar injusticias producto del orden político implementado por la monarquía zarista,  sin percatarse en su ceguera ideológica, que en su afán destructor de la realidad presente, crearon otras peores. En ese caos político de la época, Tsvietáieva perdió a una de sus hijas, Irina, quien murió de hambre en un orfanato al pensar ésta erróneamente que al dejarla allí tendría una oportunidad de subsistencia básica que ella no podía ofrecerle, debido a las penurias a las que estaba sometida por el simple hecho de ser considerada sospechosa por estar casada con un oficial del Ejército Blanco del Zar.

Uno lee referencias de una historia de vida como la anterior y uno pudiera decir…eso es llegar al fondo, sin dignidad, sin recursos, sin trabajo, sin familia, a expensas de la caridad pública ocasional,  para finalmente concluir… “esto ya no soy yo” y ahorcarse en un sitio lúgubre a donde fue prácticamente execrada. Vuelvo entonces a la interrogante ¿puede decirse que en Venezuela llegamos al fondo?  ¿Cómo afirmar que no? ¿Cómo afirmar que sí? No comulgo con absolutos, solo puedo decir que cada venezolano de bien en estos momentos sufre su presente comprometiendo de esta forma su futuro, con una inflación desbocada, parálisis del sector productivo a niveles críticos que impiden la generación de empleos formales,  escasez de alimentos más básicos, enfrentar un mercado negro de comercialización de productos donde una simple transacción por algún alimento clave puede ser tomada como delito comparable al tráfico de sustancias estupefacientes, la ausencia de medicinas elementales para atender  afecciones comunes como simples resfriados o desarreglos estomacales  y ni se diga del repunte de enfermedades que ya se creían superadas como la malaria, la difteria y hasta la tuberculosis. Las enfermedades crónicas y las que representan un paso seguro hacia la muerte si no son tratadas adecuadamente, ocasionan igualmente un hueco emocional y angustioso para quienes las padecen.

Capítulo aparte para todo este desmadre es la delincuencia desatada a todo nivel, tanto el cuello blanco como el más oscuro, oprimen nuestras existencias, colocando la experiencia de vida en un análisis constante de riesgos ante cualquier actividad a realizar ya sea de trabajo o lúdica. El prodigio de esta tierra se ha venido manchando con el tizne de una bota militar aderezada con el cóctel ideológico de los fanáticos, de los que no crean nada innovador, que no producen para fundamentar soberanía alimentaria y de infraestructura, y lo más horroroso, que no fomentan la convivencia entre todos los habitantes de Venezuela porque ven un enemigo a combatir, que debe ser aniquilado, cuando tienen que lidiar con compatriotas que no comulgan con el  proyecto autocrático que pretenden imponer a como dé lugar.  La democracia para ellos es un simple rótulo, una etiqueta, una moda en el lenguaje…nunca una convicción.

Los alienados política y socialmente no razonan de manera asertiva, ven en la comodidad de los cargos que ostentan, en los contratos que suscriben, en la adhesión incondicional a la injusticia ¿la estabilidad? que les permite ser cómplices de tanto oprobio, erigiéndose en militantes de una causa fundamentada en el odio que más temprano que tarde les pasará factura, allí está la historia para ofrecer testimonios contundentes cuando se pretende permanecer en el poder a toda costa a expensas del porvenir de una nación. 

Hoy trato de limpiar  mi casa luego del asalto que fui víctima el día de ayer, partiendo de la analogía que escuché en un conocido programa radial a tempranas horas de la mañana de hoy. Es así que tal como unos delincuentes furtivos entran a tu hogar y violentan tus derechos más básicos, anoche tres gobernadores de estado y la máxima rectora de la institución electoral del país, se inmiscuyeron en mis más caras aspiraciones de cambio al atropellar mi lar, meterme momentáneamente en un sitio oscuro mientras saqueaban todos mis deseos de que esta situación tan penosa dé paso a otros escenarios más auspiciosos. Hay un espacio de turbulencia temporal que debo asumir, salgo del cuarto oscuro luego del saqueo, miro los destrozos, recojo los pedazos y el excremento,  gestiono una forma de duelo para encontrar en mi fuero interno el temple necesario para continuar. 

No hay de otra… 

Comentarios

  1. Excelente como siempre Solange, nada más claro y analogias acertadas en tu escrito.

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    1. Mi querida amiga, igualmente por acá agradezco tu lectura e impresiones. Te abrazo

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