Experiencias Oníricas


Imagen: Dos en bicicleta - Versión en origami - ArtPal
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1) Salí en bicicleta, el equilibrio en dos ruedas es algo que nace en el cerebro y que me asombra cada vez que lo hago. Recorro unos metros y llego a una escuela. Me acompaña uno de mis hijos (en este momento pienso en Ramón Alberto). No me bajo de la bicicleta, en la escena entro en un salón de clases que asemeja mi etapa de colegio, las niñas trabajan en pareja, mantengo un equilibrio cuidadoso para circular entre las hileras de pupitres, aparto mochilas y bolsos que se atraviesan en el camino, llego al final, giro a la izquierda y encuentro un camino despejado, súbitamente me interpela una mujer desnuda, cabello color miel, toma mi cuello, quiere hablarme, la observo, solo tiene una franja de tela blanca que le cubre muy poco. Inmediatamente alcanzo a ver los vestigios de algo que parece ser una cucaracha en una esquina del salón, la mujer que me sostiene por el cuello voltea y se dirige a la salida. 
Quiero arrancar de nuevo, la manilla del freno izquierdo queda floja en el manubrio, no puedo frenar así. Le digo a mi hijo que no puedo continuar, él sigue su camino, me arriesgo.



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2) Un centro comercial, desconocido al principio, aunque mostraba lugares familiares. Una vidriera, cualquier cosa podía estar a través de ella. Yo parada, con la mirada fija en objetos inanimados y de repente, una figura alta, delgada me abraza desde atrás y veo su reflejo en el vidrio ¡No puede ser! Sus lentes oscuros, sus rulos en la cabeza, la camisa y pantalón blancos, blanquísimos. Los rulos sobresalían en su frente y en sus sienes, todo esto a pesar de un sombrero del tipo gánster, blanco también.

Me sorprendió totalmente…sonreía…sonreía.
Estaba de incógnito y se acercó a saludar. Yo solo podía abrazarlo, una y otra vez, no podía despegarme de su cuerpo y él no hacía más que sonreír. Cuando hablaba era ininteligible, a lo mejor la emoción turbaba mis oídos. Sin más aparece una chica morena, pelo lacio, linda, muy linda, no podía ser de otra manera, la belleza femenina y la juventud, son su debilidad y en sueños no tenía que ser diferente. Ella igualmente sonreía y me pareció que disfrutaba la escena donde solo podía fundirme en abrazos con su pareja.

-¿Qué hacemos? preguntó
-Tu compañía…
-A caminar entonces, respondió
-Pero antes, déjame una foto, una imagen, un suspiro, le respondí en modo súplica.

Torpemente tomé el teléfono celular de mi cartera y lo coloqué en modo selfie, temblaba mucho, entonces él decide tomarlo al ver mi inseguridad y dispara unas cuantas luces desde el aparato. Caminamos, nos dirigimos a unas escaleras mecánicas, subimos al siguiente nivel y la gente comienza a sospechar. Yo no lo soltaba, al mismo tiempo verificaba que las fotos estuvieran bien.
-¡No las consigo! ¡¿Qué pasó con ellas?! exclamo nerviosa.
-Revisa bien, están allí, me espeta tranquilizador.

La gente comienza a acercarse para mirarle mejor y confirmar su identidad. Mientras, continúo revisando el aparato telefónico, todo es multitud a nuestro alrededor, hombres y mujeres con trozos de papel en las manos buscando la rúbrica de rigor. Se encontró sorprendido, me miró y en esa mirada entendí que la dedicación exclusiva había terminado. Lo acepté y solo podía ufanarme en unas fotos que no podía encontrar. 

Me retiré de la escena cuando observé que la administración del centro comercial le permitió tomar una sala de cine vacía, para que pudiera reunirse con la gente ¿por qué no le seguí en ese momento? Solo atiné a observar la escena desde fuera. La gente moviéndose como autómatas a su alrededor, ya no le veía. Luego me arrepentí.
Pensaba que no tenía certezas en cuanto a las fotos tomadas momentos atrás, así que tenía que pedirle que posara conmigo de nuevo.
Corrí hacia la sala, había mucha gente bien vestida, la formalidad era norma ¿Cómo así? ¿Qué pasó? Lo perdí, se desvaneció en la multitud ¿las fotos? 
Collages en mi memoria.


Imagen: Fernando Dvoskin



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