La Epidemia del Siglo


En esta novela de Isabel Martínez Barquero existen tres elementos que me gustaría destacar: el ejercicio del poder político y económico, la influencia de la tecnología de la información y la comunicación en la vida de los ciudadanos, la circunstancia de la vejez. Dentro de estos tres aspectos, Isabel desarrolla una historia que alerta ante el panorama de una epidemia inducida con fines oscuros, solo con la finalidad de garantizar el bienestar a ese sector de la sociedad que se encuentra en edad productiva y que alimenta al sistema económico. No está fácil de digerir el asunto.
Como lectora, la historia me llevó a paisajes de una España que dentro de la línea de tiempo propuesta, está a la vuelta de la esquina. ¿Premonitorio? Aún cuando la idea central del relato expone la crudeza de un poder político despiadado en sus decisiones, el drama que ha significado la pandemia del Covid-19 en el mundo que vivimos actualmente, ha trastocado seriamente las bases de aquello que asumíamos con certezas casi absolutas, salir de casa sin muchas precauciones, ir al trabajo, utilizar el transporte público sin mayores aspavientos, ir al colegio, a la universidad, reuniones casuales con amigos en restaurantes y bares, ir al cine, al teatro, visitar a nuestros familiares, hasta el más cercano, los viajes entre regiones de un mismo país, el turismo, en fin, todo, todo, se dio vuelta, es como viajar con la cabeza hacia abajo en una suerte de relato de ficción a lo Denzel Washington en su película Flight. Y me parece que aún cuando nos enderecen en algo el avión dónde viajamos, la situación en general cambió para siempre, porque todos nos volvimos sospechosos.

 Volviendo al libro, y como primer elemento propuesto en esta reseña, la autora se imagina un mundo próximo dónde el orden mundial será otra cosa a lo que se conoce actualmente, porque en el año 2049, como se indica en el mismo relato “todo ha cambiado a una velocidad de vértigo”. Los países son memoria histórica y transcribo esta cita que alerta: “Las antiguas democracias, de las que los occidentales se sentían tan orgullosos años atrás, ya no existen, no tienen sentido: los ciudadanos dejaron de acudir a las urnas por la corrupción creciente de la clase política, se desentendieron de los asuntos públicos, cansados de que se burlaran de ellos en una pantomima costosa que solo se acordaba de sus votos cada cierto tiempo para olvidarlos nada más ser obtenidos.” ¿Entonces? ¿qué existe en ese año 2049? Federaciones Mundiales cuyos dirigentes “son nombrados a dedo por las grandes fortunas de la Tierra sin que nadie proteste.” La ética se fue a dar un largo paseo en un escenario como éste y la educación perdió todo rumbo en el ánimo de edificar ciudadanía.

Luego de leído lo anterior, coloqué en una de mis notas que era muy peligroso este escenario futuro, porque ya no existen ciudadanos, sino súbditos y esto me hace reflexionar un poco, porque la ciudadanía puede perderse incluso desde un escenario de satisfacción generalizada, cuando el individuo demuestra apatía y se niega a participar activamente en su entorno público, en la polis, para contribuir en su crecimiento y desarrollo, porque aprecia que su sacrificio civil y ciudadano está redimido al encontrar de esta manera resueltos, sus problemas fundamentales. En esta España de 2049 se describe una “sociedad uniforme”, dónde las rebeliones están proscritas y la utopía de una revolución es un sinsentido. En principio todos están contentos en un escenario similar al que plantea Huxley en su “Mundo Feliz”, dónde una pastilla llamada “soma” reduce el fervor y el entusiasmo del cambio, ante lo sistemático del todo, ante lo categórico de las clases sociales, ante lo estrictamente planificado de la existencia. ¿Cuál es la “soma” en la historia de Isabel?

En el segundo elemento, está todo lo que abarca la tecnología de la información y comunicación, en relación a esto recuerdo una conferencia en línea a la cual asistí recientemente sobre transformación digital, allí el expositor señalaba que dado el impacto tan fuerte que están teniendo todos los dispositivos, artilugios, aplicaciones y sistemas en general dentro de este campo, el miraba un futuro dónde la gente, harta de la intromisión absoluta de estos avances en su vida cotidiana, apueste y pague por una vida sin internet. En la historia de Isabel, el protagonista principal de la historia, ayudado por un médico amigo, se arranca un microchip personal que en ese tiempo del futuro cercano, se le infiltra a los individuos desde el nacimiento y que debe acompañarlo para toda la vida, no tenerlo es incluso ir contra la ley. En el relato se les califica “como imprescindibles para la vida en condiciones dignas.” Toda la vida del individuo y su desarrollo está supeditada a portarlo. No me quedó muy claro aquello de los recursos monetarios asignados a cada persona, porque pareciera que dentro de lo planificado por el estado, no existe una moneda como tal, el dinero cumple una función simbólica por lo que pude entender, aunque pudiera sonar contradictoria cuando en la historia se menciona a “las grandes fortunas de la Tierra.” Porque pareciera que en este caso, es precisamente el dinero el que otorga la potestad para dominar el mundo, aunque circule poco. Solo existe una moneda única.

Continuando con el aspecto de la tecnología, en esta cita queda reflejada mucho de la angustia ciudadana: “El hecho de llevar un microchip permanente implica, en contrapartida, la localización continua de una persona. En todo momento se sabe dónde se halla un individuo, lo que no es del agrado de muchos, ya que argumentan que va en contra de la libertad individual.” Inevitablemente en esa visión se vislumbra la corrupción inoculada, el poderoso podrá cambiar las reglas de juego y violar lo que establece la ley,  porque se considera por encima de ella al formar parte de una élite dominante. Leopoldo Rubio es héroe en la historia, aunque se vea en la necesidad de sustraer el microchip personal que lleva consigo y así poder salvar a los individuos de más de 70 años de una muerte segura, tiene poder económico y político, la logística que implementa para llevar a cabo su plan de salvamento indica que lo es, el dinero en este cometido no es mera abstracción.

Finalmente, el tema de la vejez, etapa de la vida que me parece se menosprecia por todas las circunstancias que la rodea. En algún artículo científico leí que luego del nacimiento, el hombre solo hace eso, envejecer, solo que los periodos de la existencia que se caracterizan por la lozanía de la piel, lo vigorosa de las acciones físicas y la agilidad de las respuestas a situaciones de apremio le califican para una “vida productiva” ¿cuánto dura esa vida productiva? ¿quién o qué la determina? En cortísimo tiempo entraré en eso que llaman la tercera edad y me pregunto si efectivamente esta delimitación nos etiqueta para algo que nos define. La vida es y puede no ser,   independientemente de nuestra edad cronológica, ¿quién tiene la potestad de definirla más que el individuo que la posee? Bien dijo Albert Camus que la pregunta fundamental de la filosofía debería ser si la vida vale la pena o no ser vivida, para los poderosos de la historia de Isabel, es válida hasta antes de los 70 años, después de allí las cargas sanitarias, así como las pensiones, son tan perturbadoras dentro de los presupuestos federales que de un plumazo insensible, decidieron que era necesario terminar con ese sector de la sociedad, a través de un entramado muy sofisticado de estudios científicos, donde la tecnología está a disposición del exterminio.
Es así que el escenario de satisfacción generalizada pudiera estar en peligro para las generaciones de individuos que sustentan el sistema político y económico, es decir, los que tienen una vida productiva, por lo tanto la jubilación en este caso es un estigma peligroso. ¿Puede concebirse un mundo sin personas mayores, sin viejos? Leopoldo Rubio y todos aquellos personajes de la historia que lo secundan en su aventura de reivindicación a los adultos mayores no lo creen así, están convencidos que no puede ser así, sin embargo, el epílogo que Isabel nos ofrece al terminar la historia pareciera indicar que las élites poderosas del mundo, persistirán en su idea de control demográfico en una analogía a principios malthusianos. ¿Qué mundo espera entonces?

Agradezco a Isabel una nueva oportunidad de lectura, los escritos de su autoría que he tenido ante mis ojos, gozan de fluidez y transparencia, lo que permite abordarlas como vehículo para un viaje aleccionador. Su historia ofrece también la posibilidad de reflexionar acerca de lo que representamos como individuos en cualquier sociedad, de cualquier país del mundo actual. Particularmente, creo en la democracia como un modo de vida que debemos aprender a ejercer y no a postergar una y otra vez. Desconocerla y renunciar a su defensa, es reducir a su mínima expresión las posibilidades de practicar esa libertad individual de la que tanto hablamos y que poco reconocemos. Mi país es un trágico ejemplo de este desconocimiento. Saber quiénes somos desde nuestro ser individual nos orientará mucho en los esfuerzos colectivos, tan importantes para la construcción de nuestros espacios civiles, desde la tradición y la historia. 

Por otro lado, la educación y más educación, será la principal vía para dirimir los grandes problemas del mundo, individuos preparados de forma crítica, alejados de posturas dogmáticas y radicales, sustentarán sociedades más viables y aportarán con su esfuerzo, el apoyo necesario para que a través de programas de ayuda social bien entendidos,  pueda atenderse desde el sentido común a los sectores más vulnerables de la sociedad.





“Nos referimos a la capacidad de desarrollar un pensamiento crítico; la capacidad de trascender  las lealtades nacionales y de afrontar los problemas internacionales como “ciudadanos del mundo”; y por último, la capacidad de imaginar con compasión las dificultades del prójimo”
Martha Nussbaum
Sin Fines de Lucro
Por qué la democracia 
necesita de las humanidades
pág 26


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