A Casa II (De la naturaleza humana y el miedo)
"No es el hambre, el amor, la ira ni el miedo,
la fuente de nuestros males,
sino nuestra propia naturaleza.
Ella es la que engendra el hambre, el amor, la ira y el miedo"
León Tolstoi
Nuestra naturaleza ...
Al leer el aforismo anterior no puedo más que preguntarme ¿qué significa "nuestra propia naturaleza"? Esto puede suponer que el ser humano de manera distintiva comparte ciertas características que le identifican y le permiten distinguirse de los animales, por ejemplo. ¿Es definitivo el concepto que enuncia a la naturaleza humana como todos aquellos elementos que son compartidos entre un conglomerado de seres que otorgan distinciones muy definidas desde el sentir, el actuar y el pensar? Si se analiza de manera general, la respuesta inmediata es afirmativa, no es demasiado complejo reconocer que en nuestras interacciones con los demás va implícita nuestra condición de humanos. La razón, el elemento pensante que se activa en nuestro cerebro evolucionado, establece esa vinculación directa con una naturaleza que nos distingue.
Ahora, ¿todo es así de simple? No lo creo, filosoficamente hablando desde las etapas históricas del Renacimiento y la Ilustración, diversas corrientes del pensamiento se han abocado al asunto. Por ejemplo, recuerdo en este momento a Hobbes, este filósofo inglés de forma notable se esmeró en reflexionar sobre aquellos procedimientos o preceptos que le permitieran a los seres humanos coexistir sin mayores traumas y enfrentamientos. Desde su perspectiva algo pesimista, concluía que desde el campo político era necesaria "la mano dura" que instituyera el orden en la sociedad. De acuerdo con Savater (1), Hobbes tenía en el miedo, el punto de referencia de su pensamiento a tal punto que consideraba que había nacido el mismo día que éste se posicionó en el mundo, aunque se considere extraño, lo consideraba un hermano ¿equivocado? ¡Cómo saberlo! Hobbes concluía desde su experiencia personal porque las circunstancias que le rodearon desde niño le obligaron a ver en el miedo el elemento a vencer. Es por ello que en sus obras reflexionaba de una manera bastante práctica, con el objetivo puesto en una relaciones entre seres humanos llenas de armonía y sin traumas.
Para Hobbes se constituyó en un punto de honor configurar una serie de principios que le permitiera a los individuos coexistir sin el recelo que la actualidad del mundo condiciona, temor que efectivamente restringe la confianza, la transparencia, la libre interacción entre unos y otros en la búsqueda del bien común.
¿El miedo presente en A Casa ...?
El miedo como emoción está de manera latente en nuestras vidas, de forma inesperada puede apoderarse de nuestra humanidad. Esto lo expreso sin entrar en las complejidades psicológicas que desde diferentes posturas tratan de darle explicación a esa angustia que puede sentirse al tomar conciencia de una amenaza inminente. He sentido miedo y en ocasiones hasta terror ante ciertas experiencias de vida, ya sea porque se presentaron fortuitamente o se anunciaron de manera anticipada. El asunto es que está ahí y es necesario aprender a administrarlo, para no caer en una paranoia constante o para no tener en jaque permanente a nuestro equilibrio emocional. Entonces ...
¿A Casa atemorizante? ...para nada, sólo que antes de traspasar el umbral de este sitio, experimenté un choque frontal con el miedo. La casa de José Saramago y su biblioteca estaban frente a mi vista, no lo podía creer y hasta pensé por un momento que no entraría por alguna circunstancia especial de último momento, cuando al llegar encuentro totalmente cerrados ambos lugares. Me tranquilizó leer el aviso que indicaba que dada la hora oficial de apertura a visitantes, había llegado una hora antes, iba acompañada, así que decidimos dar una vuelta por los alrededores para hacer algo de tiempo y de paso conocer mejor el lugar.
A medida que caminaba admiré la tranquilidad que se respiraba, el paisaje que se mostraba ante mis ojos era novedoso, una arquitectura donde el predominio del blanco era lo más destacable y el sol bañaba de manera generosa los jardines de piedra negra que podían avistarse en algunas casas. El silencio sólo era perturbado por algunos trabajos de construcción en una casa cercana o por el ladrido de algunos perros que sentían nuestra presencia externa y mostraban sus hocicos convulsos a través de las rejas de protección o del pequeño visillo de luz inferior que dejaban algunos portones de seguridad.
Decidimos caminar hacia una calle que a lo lejos prometía una vista envidiable del Puerto del Carmen de la Isla de Lanzarote. A medida que avanzábamos, los ladridos de los perros eran más continuos y amenazadores, por un breve instante, una estrella fugaz en forma de pensamiento me asaltó en angustia, al imaginar que la ferocidad de esos canes (pastores alemanes en su mayoría) no estuviera represada por esos barrotes o grandes puertas de contención.
Llegamos a una pequeña explanada y decidimos tomar fotografías. En mi tableta quería colocar todo ese maravilloso paisaje que se descubría ante mi vista, utilizando el artificio panorámico del dispositivo en cuestión. Los perros no dejaban de ladrar y justo cuando finalizaba el recorrido de mi toma fotográfica, observo a la distancia que un enorme perro corre hacia nosotros desde lo lejos, proveniente de una casa inmensa, blanquísima. No era un pastor alemán y aún ante la angustia de comprobar que no teníamos escapatoria ante lo que se abalanzaba en cuatro patas a toda velocidad y con la furia en el rostro, el brazo de mi compañía me tomó por los hombros y me ordenó "quédate quieta". Me paralicé, sólo podía aceptar resignada una suerte que imaginaba en el suelo luchando por mi vida y la de quién me acompañaba.
El enorme animal, fuerte, poderoso, de color marrón arcilloso, resultó ser un "presa canario". Cuando estuvo a pocos metros de nosotros y ante nuestra pasividad aminoró la marcha. En mis hombros sentía un peso que me empequeñecía, es que en ese momento de terror apreciaba inmensamente lo que ese gesto de protección representaba. Inmediatamente la humanidad protectora que me cobijaba, comenzó a silbar y a chistar con los labios mirando fijamente al perro, éste como en una suerte de encantamiento, confundido, nos miraba a los ojos tratando de acelerar el disparador que nos impulsara a correr y así contar con el justificativo para atacar, más en breves segundos pude atisbar en su mirada desconcierto, antes que oliera nuestros zapatos y nos rodeara algo confundido ante las expresiones sonoras de los silbidos y chasquidos de mi pareja.
A lo lejos, ví a un hombre salir de la casa donde presumo provino el animal que teníamos justo frente a nuestras humanidades con toda la intención de atacarnos bajo la naturaleza que su instinto le dictaba, suponemos que éste le llamó a través de algún sonido ininteligible para nosotros, porque el perro comenzó a retirarse al mismo tiempo que de manera muy disimulada emprendíamos igualmente la huida sin mirar hacia atrás e imprimiéndole velocidad a nuestras piernas hasta que doblamos la calle y no pudimos más que correr. Recuerdo ese momento y fue angustiante, espantoso. La cara furiosa de ese presa canario al mirarme me impuso confrontar el miedo más punzante, el temor más incisivo, reflexionar sobre la ansiedad que representa una amenaza que debes enfrentar y que no puedes posponer.
Después de esta experiencia, llegar A Casa fue un oasis y no pude más que concluir que en mi caso se cumplió con todas sus letras el aforismo que reza: "a buen gusto, un buen susto".
¿Se cumplió en este caso la sentencia de Tolstoi? ¿Fue mi naturaleza la responsable de engendrar ese miedo tan intenso? En todo caso debo reconocer y sentirme reconfortada porque precisamente esa naturaleza que describí al principio estuvo personificada en la humanidad protectora de tan valerosa compañía, donde el amor de alguna forma estableció un escudo ante todo lo malo que podía materializarse en ese momento.
Continuaré administrando mis miedos ...
Savater, Fernando (2009). La Aventura del Pensamiento. Debolsillo. Colombia
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