Hablando de despedidas …
El domingo pasado, en la noche, dijo adiós Álvaro Mutis. No le conocí como escritor, sólo tenía referencias de su existencia a través de otros escritores, amigos suyos, que celebraron de forma muy sentida su cumpleaños número 90, algunas semanas atrás. ¿Y cómo celebraron? haciendo lo mejor que hacen, utilizar sus universos personales de palabras para homenajearlo en maravillosos escritos. Tan pronto tenga la oportunidad me remitiré a algunos de sus libros, a los de Álvaro Mutis, a pesar de la certeza de que en el momento que lo haga, ya no respira en otros espacios de este planeta. No importa, esto es lo maravilloso de la escritura, sus símbolos trascienden, sobreviven y mantienen la esencia del que ya no está.
En estos últimos días he tenido noticias de otras despedidas y es inevitable no reparar un momento en tu propia vida y en las que te rodean, sobre todo la de aquellos que te importan en demasía. En ocasiones reflexiono y ante la edad de un Jacinto Convit, notable científico venezolano, que recientemente llegó a su centenario y de tantos otros que considero grandes hombres, me paseo en la idea poco igualitaria, de que algunas personas no deberían irse nunca, porque son inmensas, porque son valiosas, porque son necesarias en un mundo que cada vez se torna más incomprensible y que necesita sus ejercicios de vida como halos de luz que orienten un poco el camino. Cuando un hombre se marcha con su grandeza a cuestas, el mundo en ese instante se minimiza un poco, pierde algo de amplitud y nos sentimos más solitarios.
Lamentablemente es una idea y nada más, porque cada ser en este planeta podrá tener su lista de indispensables y el asunto se volvería una locura, si el orden natural se subvierte para decidir en unos pocos. No en balde entonces es imperativo preguntarse …¿qué hace a un hombre grande? y las argumentaciones es posible que caigan en el depósito de la subjetividad. Particularmente creo que un hombre grande se ufana en los pequeños detalles y por lo general prefiere pasar desapercibido, lo que llamaríamos bajo perfil. Y si por esos avatares de la vida, su figura se constituye en referencia pública, la humildad y el apego a los más nobles principios de coexistencia serán su característica de vida. Un hombre grande no clama lealtad ni mucho menos fidelidad a su figura, se la gana sin imposturas y siempre preferirá el regocijo de la intimidad a la pompa de la adulación.
Es por ello que pensando en el ineludible compromiso que tendremos que asumir y compartir con otros, ante la partida de seres queridos, me cobijo en las palabras de alguien a quién aprecio mucho y que supo traducir mucho mejor que yo, el sentir que embarga cuándo alguien que importa mucho se marcha …
“Los grandes hombres también mueren, ¡qué se va a hacer! Generalmente son los que más mueren, porque siempre dejan la sensación de que mueren antes de tiempo. Los malos hombres, la canalla, en cambio, viven demasiado. En realidad comienzan a vivir demasiado desde el mismo momento en que nacen.
Por eso pienso que Álvaro Mutis vivió muy poco. Algún día morirá Mandela, y ese día pensaré que Mandela vivió muy poco. Pero hoy le tocó a Mutis y me siento disminuido por ello.
Cuando muere un gran hombre me siento doblemente disminuido. Uno, porque desaparece alguien que necesitamos aquí, vivo, en este mundo; porque lo necesito yo. Dos, porque trato infructuosamente de encontrar en mí algo en común, alguna cualidad que en cierta manera me identifique con ese personaje. Pero me consuelo explicándome a mí mismo que ellos no serían tan grandes si fuese fácil encontrar sus cualidades reproducidas en un cualquier simple mortal. Así que no tengo cualidades que me permitan ser aunque sea un Mutis pequeño. Pero sí tengo en cambio un defecto, una desviación podría decirse, que me identificó siempre con Mutis: la pasión por el billar.
El día que me enteré de la pasión de Mutis por el billar emití un hondo suspiro y me sentí un poco liberado al saber que tal hombre compartía ese defecto que algunas veces me esforzaba por ocultar en los ambientes académicos que reclamaban aficiones de mayor trascendencia. Pero si Mutis dejó de cultivar incluso cosas en las que hubiese dejado huellas inolvidables nada más que por dedicarles tantas horas a este juego, ¿qué se me podría entonces reprochar a mí? A partir de ese momento establecí una relación de complicidad con él y no sé si fue por este motivo que su literatura comenzó a gustarme más.
Ya que no puedo hoy brindarle palabras de despedida en nombre de una comunidad de escritores a la cual no pertenezco, lo hago en nombre de los billaristas aficionados que han dedicado horas de su vida a este apasionante y no siempre bien valorado juego-deporte.
Hasta luego, Álvaro Mutis.”
Octavio Acosta Martínez
Tus palabras son muy bonitas, Solange, y quizás no necesitabas de las mías para expresar tan hondas reflexiones. Por eso es un honor que lo hubieras hecho.
ResponderEliminarNos unimos en ese sentimiento por la pérdida del gran hombre que se fue. Otros se irán y nos volveremos a unir. Afortunadamente a veces nacen algunos y así el mundo siempre contará con figuras que señalarán el norte, aunque el resto se empeñe a marchar en dirección contraria.
Gracias por la deferencia. El mejor homenaje que podremos ahora hacerle a Mutis es leerlo y releerlo.
Un abrazo
Sus palabras organizaron un poco las mías y por ello lo agradezco. El honor es para mí.
EliminarUn fuerte abrazo
Ha sido emocionante leerte.
ResponderEliminarUn beso.
Gracias por esa emoción y por tu visita Isabel.
EliminarUn beso igualmente