Palabras en cautiverio (I)



Las palabras son símbolo y significado, son nuestro código de conexión con el mundo. Wittgenstein el ingeniero y filósofo vienés, tenía tan en alta estima el lenguaje de las palabras  que su obra cumbre el "Tractatus logico-philosophicus" se sumerge en este universo fascinante. En el prólogo de esta publicación  tomada como referencia en el libro de Díaz (2009) (1),  afirma el propio autor lo siguiente:

"Cabría acaso resumir el sentido entero del libro en las palabras; lo que siquiera puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callar. El libro quiere, pues, trazar un límite al pensar o, más bien, no al pensar sino a la expresión de los pensamientos ...el límite sólo podrá ser trazado en el lenguaje, y lo que reside más allá del límite será simplemente absurdo" (Wittgestein, 1999, p.11)

No puedo compararme con Wittgenstein ni mucho menos, aun así puedo decir que en mi mente florecen de manera constante asociación de pensamientos que corren veloces dentro de los caminos que ha trazado mi proceso cognitivo. Estas asociaciones van raudas, presurosas, en ocasiones las reconozco, les coloco una suerte de alcabala y las presiono a convertirse en símbolos organizados de forma coherente ("mostración lógica") ...exhibo lo que digo, a tal punto que la desnudez extrema turba, arroba.

En otras, es imposible retenerlas, tan pronto pueden ser reconocidas desaparecen, es posible que esperen mejores oportunidades para manifestarse o a lo mejor no lo hagan nunca, lo indecible para Wittgenstein  es la "mostración mística" (sin lenguaje alguno), el silencio, el pensamiento represado como una forma excepcional de comunicación que raya en lo filosófico indudablemente.

En mis pasos ...

Con cada avanzar de mis pies, sentía que llegaba lejos, mis pensamientos brotaban al compás de una música que obligaba a reflexionar en hechos, circunstancias. Cavilé, rumié, me ensimismé durante un largo tiempo, horas y horas de recorrido. Allí en la soledad de mi mundo interno luché conmigo misma, con ese sentir que impulsa a reconocer que muchas situaciones vividas han valido la pena. Alguien de repente me atrajo por los hombros, sin darme cuenta y en mi abstracción no me percaté de un vehículo de auxilio que se acercaba y que pasó a poca distancia de mi humanidad. En mi asombro, viré la mirada y agradecí el gesto al desconocido. Era necesario regresar ...

Continuarán las palabras, estoy segura, se manifestará el lenguaje, por los momentos en mi mente baila esta estrofa:

"Si te tumba el mar abierto y el odio te ciega, yo estaré ahí con balsas y un millón de velas, porque cargas un morral de miedo y la montaña no sosiega, y aunque a veces te moleste yo aún te haré la cena. Otra vez ..."  (La Vida Boheme)







(1) Díaz José (2009) Wittgenstein y la filosofía terapéutica. Biblioteca de Ciencias de le Eduación. Universidad de Carabobo.


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